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A pesar de su formación laica, David Ben-Gurion, líder de la independencia, hizo un pacto con los partidos religiosos en el nacimiento del Estado. Haría una generosa oferta, en junio de 1947, a través de una carta al Agudat Israel (el partido de los ultra-ortodoxo, fundado en 1912 y que se oponía a los sionistas).
Mikhail Frunze/Opera Mundi
Soldado israelí y judio ortodoxo rezan en el Muro de las Lamentaciones. Religiosos no están obligados a cumplir el servicio militar
Los cargos de rabinos-jefes (un askenazi, el otro sefardí), creados incluso en la época de mandato británico, se mantendrían como institución oficial. Tendrían autoridad sobre la regulación de las costumbres dietéticas del judaísmo, la realización del Sabbat, la organización de los ritos funerarios y de prácticamente todas las relaciones personales – como el matrimonio, el divorcio y la conversión religiosa. También ejercerían un papel importante en el reconocimiento de la condición judía, en un país en que tener dicho origen étnico garantizaba inmediata ciudadanía a cualquier extranjero.
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Además de las facultades conferidas desde entonces, el rabinato goza de subsidios del gobierno para dedicarse exclusivamente al estudio de la Torá, los religiosos no están obligados a realizar el servicio militar y sus escuelas pueden aprovechar la autonomía curricular en relación al Estado, a pesar de ser subvencionadas.
Dado que no existe el matrimonio civil, por ejemplo, cualquier unión entre creyentes de diferentes religiones está prohibida. Las personas en esta situación tienen que salir de Israel, casarse en el extranjero (la isla de Chipre es el lugar preferido) y volver con el certificado en las manos. Pero esta ruta no vale para el divorcio, que es reconocido solamente si es aprobado por el rabinato, aunque el matrimonio no se haya llevado a cabo en su ámbito de competencia.
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“El papel de la religión en un Estado étnico es indispensable”, explica el profesor Shlomo Sand, de la Universidad de Tel Aviv. “No solamente porque asegura la transmisión de las tradiciones y cultos que preservan la identidad nacional, sino también para establecer las normas que impiden el mestizaje a través del matrimonio o los flujos migratorios fuera de control.”
Muchos ciudadanos no están de acuerdo con este orden, pero sus protestas no tienen poder contra el peso de los partidos religiosos, que históricamente actúan como un péndulo de decisiones entre las alas izquierda y derecha del sionismo. Los ultra-ortodoxos, en la actualidad con 18 escaños en la Knesset, lo que equivale al 15% del parlamento, por primera vez en muchos años, están fuera del gobierno. Continúan ejerciendo, sin embargo, una influencia significativa sobre temas que les interesan.
Antes contrarios al sionismo, ya que consideran que la creación del Estado de Israel debería ser precedida por la llegada del Mesías, estas agrupaciones cambiaron su enfoque después del Holocausto, temiendo por la seguridad de los judíos en otros países. Llegaron a tener una política moderada con respecto a la cuestión palestina, pero en los últimos veinte años se articularon con grupos más radicales, que se extendieron por todas las colonias de los territorios ocupados. Encuentran, en este entorno, clientela capaz de sustituir a los ciudadanos de los grandes centros urbanos que aflojaron los lazos con la religión.
Defensa
Otra institución decisiva en el establecimiento de Israel son las Fuerzas de Defensa, que agrupan a la policía y las ramas militares del país. Uno de los ejércitos más modernos del mundo, financiado por un tercio del presupuesto nacional, y parada obligatoria para todos los ciudadanos. Los hombres deben prestar tres años de servicio militar, las mujeres dos. Sólo los religiosos, los árabes-israelíes (excepto los drusos y beduinos) y los cristianos tienen la opción de rechazar el uniforme.
Así, terminada la enseñanza secundaria se inicia la temporada de cuarteles. Los jóvenes israelíes normalmente sólo ingresan a la universidad después de 21 años, la edad promedio más alta del planeta entre los estudiantes de educación superior. Incluso después de que cumplida la obligación militar, deben dedicar un mes por año a los militares, en entrenamiento o movilización de los reservistas.
Mikhail Frunze/Opera Mundi
Judios ortodoxos a pie por el barrio de Mea Shearim, cerca de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén
El prestigio de los soldados, en una nación que luchó por lo menos cinco guerras en 65 años, es enorme. La cultura de sitio y la constante amenaza, real o construida, ayuda a hacer de esta actividad un rito de paso. Casi todos los principales ministros en la historia de Israel fueron importantes oficiales del ejército. Expusieron sus currículos y condecoraciones para ganar la confianza de los votantes. Los mejores puestos de trabajo, públicos o privados, están muy condicionados por el historial militar de quien se presenta.
“El ejército es el instrumento modelador del estado”, dice Yossi Beilin, un miembro histórico del partido laborista que posteriormente se unió al Meretz. “No sólo establece parámetros para elevarse a posiciones de mando en la sociedad, es también fundamental para la defensa, la integración y la unidad del país. En los cuarteles, hay ricos y pobres, judíos, africanos y europeos, y, después de todo, incluso no judíos.”
Traducción: Kelly Cristina Spinelli