A duras penas, tanto las mujeres de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como las representantes del gobierno consiguieron, durante los diálogos de La Habana, escribir un capítulo sobre los derechos de las mujeres en el Acuerdo de Paz que fue firmado el día 26 de septiembre de 2016. Cada tema relevante del pacto entre la guerrilla y el Palacio de Nariño pasaría también a abordarse bajo el enfoque de género.
“Esa enmienda afecta antiguas estructuras patriarcales en el campo”, afirma la actual senadora Victoria Sandino que encabezó la subcomisión de género en las negociaciones que consolidaron el pacto firmado hace tres años. “Establecimos una nueva institucionalidad, en la cual las mujeres ganan autonomía y prioridad en cuestiones de economía y política”.
Nacida en 1965, recibió el nombre de Judith Simanca Herrera y es natural del municipio de Tierralta, Córdoba, una de las regiones más conflictivas del país. Bajo el nombre de Victoria ingresó en las FARC en 1992, después de haber militado en la Juventud Comunista y haber huido de su ciudad para Bogotá siete años antes, perseguida desde entonces por los servicios de inteligencia y los paramilitares.
Hija de una familia negra y campesina, estudió periodismo en la capital. Recibió su diploma y partió hacia la lucha armada en las montañas. “No había otra posibilidad ante la masacre contra militantes que formaban la Unión Patriótica”, cuenta, refiriéndose al frente de izquierda creado después del armisticio de 1985, en el cual las FARC tendrían un papel de destaque, teniendo a cinco mil de sus apoyadores asesinados por paramilitares y las fuerzas de represión.
Siempre con elegantes turbantes, con una sonrisa espontánea y un humor sarcástico, Victoria subraya que tuvo que enfrentar límites físicos y el machismo en el cuarto de siglo durante el que estuvo en combate. “Además de no tener la misma fortaleza que otras mujeres para cargar con un arma y una mochila, o para realizar marchas de largas distancias, tropezaba en las dificultades para la ascensión femenina en la cadena de comando”, registra. “Nunca llegué a ser comandante, era tan solo una comandantica con poderes intermediarios de mando”.
Su trabajo en la guerrilla estuvo más orientado hacia actividades denominadas de “propaganda”, producción de videos, edición de periódicos y revistas, emisión de programas de radio. También operaba en los “frentes de masa”: movimiento sindical, estudiantil y de mujeres.
Aunque critica el machismo en las filas rebeldes, enaltece a las FARC como una alternativa. “Las FARC, para muchas mujeres, fueron una opción de vida”, subraya. “No solo por razones ideológica, sino también para huir de la opresión patriarcal, de la violencia doméstica y del abuso sexual. Para escapar de una vida en la que se salía de la dominación del padre o de los hermanos para la del marido”.
No niega que hubiera casos aislados de asedio y violación. No obstante, afirma que eran severamente castigados. “Además de las normas internas, debemos recordar que éramos mujeres decididas, fuertes, con un fusil en la mano”, subraya sin disimular su orgullo. “Era el máximo empoderamiento femenino que se podría imaginar”.
Fue esa trayectoria que Victoria llevó a La Habana y que hizo que surgiera como la principal líder feminista del Acuerdo de Paz. Algunas de las conquistas que ella y sus compañeras obtuvieron afectan relaciones y tradiciones muy antiguas.
En la reforma agraria, por ejemplo, las mujeres podrán ser titulares de las tierras y serán las beneficiarias prioritarias de su implementación, especialmente las jefas de familia que proliferan por el interior del país. La misma regla sirve para la substitución de cultivos ilícitos (como la coca) por otros cultivos: las mujeres, también en ese caso, deben tener autonomía y preferencia.
Las víctimas de la guerra también pasaron a recibir atención específica, con la creación de secciones propias en la Comisión de la Verdad y en la Jurisdicción Especial de Paz, para crímenes contra mujeres, además de prohibirse la amnistía para delitos sexuales.
Otra prueba importante de los avances institucionales es el impulso dado a la participación política femenina. En la actualidad, tan solo el 20% de los parlamentarios son mujeres, una proporción de la que no escapa ni tan siquiera el partido político de la senadora. “Conseguimos incorporar 57 indicadores en cuestiones de género, tales como metas para políticas públicas, programas de desarrollo y cuotas electorales”, conmemora Victoria, pero con cautela. “Avanzamos en términos teóricos, legales, pero hay mucha lentitud y sabotaje en la realización material de los objetivos trazados”.
La respuesta conservadora no se hizo esperar. Los sectores contrarios al Acuerdo de Paz, como parte de su estrategia para derrotar ese pacto en plebiscito realizado el 2 de octubre de 2016, rápidamente apelaron al pánico moral, a la denuncia de conspiraciones en favor de los homosexuales y a la sublevación contra la “ideología de género”.
Las iglesias evangélicas y el catolicismo más empedernido abrieron fuego, discursando no solo contra cualquier compromiso con la guerrilla por su naturaleza marxista, sino también porque el pacto propuesto llevaría a la disolución de la familia, a la legalización del aborto e, incluso, a la liberación del incesto, entre otras supuestas barbaridades.
El “no” acabó venciendo por el 50,2% sobre el 49,8%. Las falsas noticias sobre la agenda de género y los derechos de la comunidad LGBT constituirían una importante colaboración para tal resultado, de acuerdo con muchos estudiosos. No obstante, el Acuerdo de Paz revisado y definitivo que sería aprobado por el parlamento mantuvo la esencia de la institucionalidad que Victoria Sandino ayudó a construir.
Pero el optimismo de los primeros tiempos pertenece al pasado. Los cambios tejidos en los diálogos cubanos, en gran medida, no se transformaron en leyes o iniciativas concretas. La reforma agraria todavía no pasa de un sueño y la substitución de cultivos camina a pasos lentos, entre otros incumplimientos más destacados. Lo único que parece funcionar con eficacia y alguna rapidez son los temas relacionados al sistema especial de justicia.
“Precisábamos de un gobierno de transición de la guerra para la paz, pero venció un candidato contrario al acuerdo”, afirma la senadora, refiriéndose al actual presidente, Iván Duque. “Hay mucha frustración y sufrimiento con los atropellos cometidos hasta ahora contra un pacto que se hizo para resolver problemas reales de las personas, no para favorecer a las FARC. La esperanza era enorme y estamos en una situación difícil, porque muchas cosas no se hacen realidad. Pero continuamos luchando”.
Su principal compañera de lucha es otra senadora de su partido, Griselda Lobo Silva, más conocida por su nombre de guerra, Sandra Ramírez. Nacida y criada en Vélez, al sur del Departamento de Santander, guarda imborrables recuerdos de su infancia y juventud, vividas en su ciudad natal, famosa por sus dulces de guayaba.
Hija de campesinos, nació en una familia de dieciocho hermanos. Estudió hasta el tercer año de la secundaria en una ciudad próxima. Pero el dinero era escaso y ella tuvo que volver a la casa de sus padres para ayudar en el campo y cuidar de siete hermanos menores.
Ese regresó le costó abandonar la posibilidad de seguir estudiando y el sueño de ser médica. Pero le dio la oportunidad de tener contacto con las FARC. Primero, con mucho miedo de los guerrilleros que eran estigmatizados por la prensa y por el gobierno como “terroristas” crueles. Después, con creciente respeto y admiración. “Ellos aparecían en el pueblo, iban a mi casa, me ayudaban con mis hermanos, con mis tareas”, recuerda. “Fui cambiando de idea con relación a la guerrilla y quise acompañarlos”.
A los 54 años, desde los 16 en las FARC, no se arrepiente. “La guerrilla representó una alternativa de vida, diferente de lo que era la vida tradicional, de la mujer vinculada al trabajo doméstico y a la crianza de los hijos”, relata. “Me encantaron definitivamente, cuando una escuadra rebelde pasó por mi región y estaba comandada por un mujer, con un fusil a la espalda y a quien obedecían varios hombres”.
Sandra va lanzando las palabras, con un marcado acento santanderino, de una forma casi pedagógica, como si estuviera preocupada con que el reportaje de Opera Mundi absorbiera sus ideas e informaciones. “Las mujeres en la insurgencia no desempeñaban el mismo papel que tenían en la sociedad, especialmente en el campo: trabajar en la cocina, cuidar de la casa y de los hijos, siempre pidiendo permiso al padre o al marido”, expone con gestos amplios y suaves. “Éramos combatientes, en condiciones relativamente de igualdad con los hombres, aunque muchas veces cumpliendo funciones de retaguardia, pero de extrema importancia”.
Luego después de ingresar en la lucha armada se especializó en enfermería. Más tarde, trabajó como radio operadora y aprendió sistemas de encriptado. Acabó designada para actuar con el Secretariado, organismo ejecutivo central de las FARC. Conoció y se enamoró del legendario fundador y comandante del movimiento guerrillero, Manuel Marulanda Vélez, nombre de guerra de Pedro Antonio Marín, con quien estuvo unida durante 24 años, hasta que el octogenario guerrillero muriera en sus brazos, víctima de un ataque cardiaco en marzo de 2008.
Sandra continuó su vida como combatiente hasta que fue seleccionada para formar parte de la delegación de las FARC en los diálogos de La Habana. Antes de embarcar para Cuba, cumplió diversas tareas, como la capacitación de tropas y comunicaciones y participó del comando del Frente 33 que cubría el norte de Santander, en la fase más dura de enfrentamiento contra el gobierno de Álvaro Uribe (2002-2010).
Hace un año, como los demás exguerrilleros destinados al parlamento, cambió el fusil por la tribuna. “Ahora luchamos con la palabra”, aclara. “Pero seguimos con nuestro compromiso revolucionario”.
“Nuestra estrategia es de trabajo coordinado, entre la presión en las calles y la actuación en el parlamento”, explica. “Terminó el conflicto armado, pero no el conflicto político, social y económico. Colombia continúa siendo un país muy injusto, desigual y cruel.”
Ese conflicto por otros medios, en su opinión, ocurre en un ambiente de inseguridad extrema para los insurgentes que depusieron las armas. Económica, por el atraso en los proyectos productivos, parcialmente compensado por la solidaridad de la comunidad internacional. Jurídica porque considera que la derecha quiere destruir el sistema de justicia, verdad y reparación creado por el Acuerdo de Paz. Personal, por la escalada de asesinatos contra excombatientes.
También se preocupa y se indigna por lo que considera que es una incesante “estigmatización” contra las FARC y el nuevo partido, la Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común. Además, hay rumores de que la asociación podría cambiar de nombre en un próximo congreso, previsto para enero de 2020, substituyendo la denominación actual por la de Partido de la Rosa, inspirado en el logotipo asumido después de su participación, o Fuerza del Común.
La senadora abraza con pasión la lucha contra los estigmas.
¿El narcotráfico? “Cobrábamos un impuesto de los carteles de la droga como lo hacíamos con todos los empresarios de los territorios en los que actuábamos”, señala. “Comenzamos destruyendo las plantaciones de coca, pero eso afectaba los ingresos de los campesinos. Después pasamos a funcionar como una fuerza reguladora, obligando a las mafias a pagar un precio justo a los plantadores y protegiendo a los trabajadores de los laboratorios de refinación. Hubo errores y desviaciones, algunos comandantes de grado medio se corrompieron y adhirieron al narcotráfico, pero las FARC jamás tuvieron redes de distribución o producción. Solamente obligábamos a los mafiosos a contribuir con nuestra economía de guerra y protegíamos a los campesinos”.
¿Reclutamiento forzado de niños? “Nunca fue una política nuestra, nunca”, responde enfáticamente. “Había menores de edad en nuestras filas, es verdad, pero eran voluntarios o desesperados, hijos de campesinos asesinados, niños que huían de la violencia doméstica, del abuso sexual y de la pobreza extrema, niños y niñas amenazados por las fuerzas de represión o por los paramilitares debido a la participación política de sus padres. Para muchos, la guerrilla era el único refugio posible”.
“¿Abortos obligatorios?” “Era imposible tener hijos en situación de guerra”, afirma. “Las dificultades eran gravísimas, vivimos fases de severo bloqueo, de ataques cerrados. El aborto era inevitable. Yo misma hice un aborto, pedí para hacerlo. Quien quisiera tener hijos tendría que abandonar el frente de batalla y refugiarse en casa de campesinos, lo que era muy peligroso. Por ser extrañas en la región o por tener marcas fácilmente identificables, del fusil que durante años cargaron a la espalda, las mujeres en esa condición frecuentemente terminaban presas. Muchas perdieron a sus hijos y sus vidas en la cárcel”.
¿Secuestros? “Fue una política nefasta”, confiesa. “Las retenciones económicas fueron un grave error, huyeron del control, hubo muchas muertes innecesarias, además de que personas simples, sin dinero, fueron secuestradas. Capturas en combate y retención de políticos son otra historia. Eran la contrapartida de los millares de prisioneros nuestros, sin juicio y sometidos a torturas bárbaras. Secuestrar a políticos y detener a militares eran instrumentos para intentar libertar a nuestros presos”.
Sandra Ramírez no titubea en defender la honra y la historia de las FARC, incluso asumiendo equivocaciones. Pero eso es tan solo una parte de su trabajo actual. “No soy responsable por las cuestiones de género, pero siempre acompaño esa agenda”, informa. Mis áreas prioritarias, en el Senado, son la educación y los derechos humanos, además de la construcción de carreteras por el interior del país, para mejorar la vida y los ingresos de los campesinos”.
Una de sus mayores preocupaciones, debido a los atrasos en el cumplimiento de las metas del Acuerdo de Paz, es el retroceso en el papel de las mujeres de su partido. “La incertidumbre profesional y la violencia son factores desestabilizadores”, constata con cierta angustia. “Corremos el riesgo de que nuestras mujeres, esas mujeres que cargaron sin miedo con el fusil de la revolución, vuelvan a ser amas de casa debido a los prejuicios y a la falta de oportunidades”.