La segunda vida de Túpac Katari
El Estado Plurinacional, soñado por Túpac Katari, sobrevivió y fue rescatado por las multitudes indígenas que, tanto en las calles como en las elecciones, cumplieron la senda anunciada por el líder antológico
Se dice que Julián Apaza Nina lideró el pueblo aymara contra las autoridades españolas. Depués de trabajar en las minas del altiplano andino, en un régimen forzado, y de vivir del comercio itinerante de la hoja de coca, se unió a los seguidores de Túpac Amaru II, bisnieto del último imperador inca, Atahualpa, y jefe de la llamada Gran Rebelión, iniciada en 1780, en la región de Cuzco, hoy territorio peruano.
Recibió la tarea de llevar una carta del líder, con instrucciones de combate en Potosí y Oruro, para Tomás Katari, que lideraba a los rebeldes en Alto Perú, actual Bolivia. Sin embargo, cuando llegó al destino, el cacique aymara había sido asesinado por los españoles. Era enero de 1781. Cuatro meses después, Túpac Amaru también estaría muerto. Una asamblea comunitaria terminó por decidir que Apaza debería continuar la lucha, designándole el nombre compuesto de los dos mártires: Túpac Katari.
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Formó um ejército con más de cuarenta mil hombres y cercó dos veces la ciudad española de La Paz. Pero terminó derrotado, por las maniobras políticas e militares de los colonizadores. Fue ejecutado y descuartizado en noviembre de 1781, al lado de otras lideranzas de la revuelta ameríndia, incluyendo a sua esposa y su hermana. Antes de caer, dejó para el futuro sus últimas palabras. “Sólo me matan a mí. Volveré y seré millones”, declaró frente a los verdugos.
Ese pasaje de la historia boliviana simboliza la relevancia de la cuestión colonial, un tema vital y ancestral para quien quiera comprender la espectacular victoria de Lucho Arce, del Movimento al Socialismo (MAS), apoyado por el ex-presidente Evo Morales, once meses después de que un levantamiento civil y militar parecía haber enterrado al bloque de la izquierda, liberando a las élites señoriales de la wiphala, la bandera plurinacional rasgada por los golpistas en nombre de la Biblia de los cristianos.
La comprensión plena de ese fenómeno exige ir más allá del enfoque anti-racista. Los extractos ameríndios constituyen naciones destrozadas – con territorio, idioma, institucionalidad, cultura y creencias religiosas establecidas. Al contrario de procesos en los cuales hubo exterminio, amplio mestizaje e integración a las sociedades forjadas por el colonialismo, en Bolivia los pueblos originarios permanecerán históricamente como una patria desconstruída y ocupada.
El país tiene una población de once millones de habitantes, de los cuales el 55% está constituído por indígenas de 37 etnias. Las dos más numerosas son los quéchuas y los aymaras, sumando cinco millones de hombres y mujeres. El 30% restante son mestizos y sólo el 15% son blancos. Sin embargo, hasta la toma de posesión de Evo Morales en 2006, desde el dominio español hasta el período independente, esas etnias sentían que vivían bajo el yugo colonial en su propia tierra, submetidas a los intereses políticos, económicos y sociales de los depredadores de riquezas minerales y de los terratenientes que se repartían el país entre ellos.
Las fuerzas de izquerda, hasta finales del siglo XX, no tenían mucho lugar al sol, relativamente alejadas de la base indígena y campesina, de sus costumbres y organizaciones. Aún cuando ciertos partidos, en algunos momentos, hubieran establecido vínculos con núcleos de trabajadores urbanos y mineros, además de fracciones de las capas medias, tampoco esas corrientes socialistas eran percibidas por la mayoría colonizada como una alternativa confiable.
Ascensión de Evo Morales
No fue apenas a partir de los años 80, con la paulatina ascensión de Evo Morales, que la división entre indígenas y socialistas fue superada. De origen aymara, jefe sindical de los cocaleros en el Trópico de Cochabamba, el ex-presidente fue capaz de unificar, en las décadas siguientes, una amplia gama de movimientos sociales, dirigiendo a la mayoría de los pueblos originarios a una fusión política con porciones de la izquierda tradicional. El camino bloqueado, de los socialistas a los indígenas, no se vio obstaculizado cuando se invirtió el sentido de la mano, de los indígenas a los socialistas.
Las diversas organizaciones del campesinado indígena se conformarían, en 1995, en la Asamblea por la Soberanía de los Pueblos (ASP). Intentaron fundar su propio partido, pero no consiguieron el apoyo suficiente. Sólo se aproximaron a la Izquierda Unida para disputar las elecciones de 1997, cuando Evo fue electo diputado nacional. Después, en 1999, se alejaron para ocupar una pequeña sigla llamada Movimento al Socialismo (MAS), con un registro electoral conquistado casi diez años atrás. Rebautizaron la nueva casa, agregando al viejo nombre la denominación complementaria: Instrumento Político para la Soberania de los Pueblos (IPSP).
De hecho, el MAS-IPSP no es exactamente um partido, sino un anclaje institucional para los grupos representados en la ASP, que preservan su autonomía y controlan el poder de decisión sobre la leyenda, también reforzada por militantes y tendencias de izquerda. El presidente electo, Lucho Arce, por ejemplo, es un antiguo activista del Partido Socialista, el cual tenía orientación marxista y fue destruído hace mucho tiempo.
Ese doble movimiento, de unificación del campesinado indígena y de fusión con la izquierda tradicional, permitó a Evo Morales y su gremio coleccionar importantes victorias desde 2005, cuando fue electo presidente por primera vez, con el 53,7% de los votos. En las disputas siguientes, en 2009 y 2014, obtuvo 64.2% y 61.4%, respectivamente, siempre con un triunfo en primera vuelta y con el MAS reuniendo mayoría en las dos cámaras del senado.
Con su base social fuertemente movilizada - teniendo como ejes la emancipación de los pueblos originarios, la defensa de la soberanía y la lucha contra la desigualdad -, el masismo refundó la república como um Estado Plurinacional, en la Asamblea Constituyente de 2007, con la nueva carta aprobada por referendo aproximadamente dos años después. Bajo protestas de las élites blancas y mestizas, fueron reconocidos los derechos políticos, económicos, sociales y culturales de las naciones indígenas. La wiphala fue oficializada como uno de los símbolos nacionales.
Los resultados positivos del gobierno de Evo Morales consolidaron la conformación de una amplia mayoría, con la elevación de las condiciones materiales y subjetivas de vida de los ameríndios y de las clases trabajadoras. Las políticas de nacionalización de las riquezas minerales fortalecían el ingreso público y la capacidad del Estado de fomentar políticas sociales, programas de empleo e ingresos, expansión del mercado interno e inversiones en infraestructura. Los sectores medios más conservadores y los oligarcas de la planicie, concentrados en Santa Cruz, acabaron aislados y debilitados.
En esas circunstancias, las lideranzas del MAS y de Evo, decidieron convocar un referendo, realizado en 2016, para permitir una reelección más del presidente, en la elección que se realizó en 2019: la propuesta fue rechazada por el 51,30% de los electores, fuertemente atacada por la prensa y por la oposición de derecha. La propia tradición colectivista de quechuas y aymaras parecía hablar más alto. Con un recurso frente a la corte suprema, se consiguió anular los efectos de la consulta, pero con el efecto colateral de generar una onda de malestar ante la aparente falta de respeto a la soberanía popular.
Golpe
Las urnas del año pasado registrarían ese desgaste. Evo Morales cayó al 47% de los sufrágios, perdiendo 14 puntos percentuales en relación a las elecciones anteriores. Una victoria apretada, con poco más de un 10% de ventaja sobre el segundo lugar, animó a sus adversarios a lanzar una operación golpista, con el apoyo de los Estados Unidos y de sus aliados, rechazando el resultado. Un falso informe de fraude de la Organización de los Estados Americanos (OEA) fue la cereza del pastel. Las fuerzas de direcha consiguieron movilizar a sus seguidores, acorralar al MAS y atraer apoyo tanto en las fuerzas armadas cuanto en las estructuras policiales. Desarticulado y desprevenido ante la agitación política, el gobierno sucumbió.
El comando del Estado retornó, entonces, para las antiguas castas señoriales, bajo la batuta de la senadora Jeanine Áñez, autoproclamada presidente a través de una maniobra sin respaldo legal. Los nuevos gobernantes, cabalgando en la soberbia, interpretaron la derrota de la izquierda como irreversible, e hicieron lo de siempre: mucha represión, sabotear las finanzas públicas, medidas para favorecer a las corporaciones privadas, sometimiento a las demandas de los países capitalistas centrales y atropello de los pueblos originarios.
Desde el primer momento, las etnias del altiplano entraron en lucha directa contra la dictadura de Añez, aún cuando el movimento sindical y otros sectores continuaban divididos. Mujeres y hombres de los grupos ameríndios, por decenas de miles, ocuparon las calles de La Paz y otras ciudades, bloqueando caminos y combatiendo el golpe. Era um caso sui generis: la vanguardia fue temporalmente desmantelada, retrocediendo, pero las masas indígenas reaccionaron contra lo que les parecía la reanudación de la dominación colonial.
El nuevo gobierno tomaba medidas que ofendían los derechos de una enorme parte de la población. Ante el brote pandémico, fue incapaz de proteger minimamente la salud pública. Aparte de eso, los partidos golpistas se dividieron por intereses, ambiciones y disputas regionales. Incluso con sucesivos aplazamientos de las elecciones, inicialmente previstas para mayo, la derecha inscribió cinco candidaturas, posteriormente reducidas a tres, con la renuncia de la presidente interina y de Tuto Quiroga.
Por el contrario, el MAS, mantuvo su unidad. Escogió un candidato blanco, sugerido por el ex-presidente, que representa la fusión entre las ideas socialistas y el movimento indígena. Para la vice-presidencia, indicó al líder aymara David Choquehuanca, que representa una vertiente más nacionalista y étnica entre los pueblos originarios. Cualquer división podría haber sido mortal.
Bastaron pocos meses de la dictadura señorial, con el masismo reorganizado y en campaña, para que el péndulo del electorado se moviera nuevamente en dirección a la izquierda. El malestar con Evo, aparentemente motivado por la falta de respeto al referendo, rápidamente fue suplantado por la percepción que, sin el MAS, con la derecha, la regresión colonialista sería brutal.
Elecciones 2020
Este estado de ánimo, plasmado en las calles con gigantescas movilizaciones populares, empujó hacia arriba la fórmula comandada por Arce, quien fue elegido con amplia diferencia en el primer turno, con el 55,1% de los votos, aplastando las dos principales candidaturas restauracionistas, Carlos Mesa (28,83%) y Luis Fernando Camacho (14%). El partido del presidente electo incluso conquistó mayoría en el senado, con 21 de las 36 sillas en el Senado y 73 de las 130 en la Cámara de los Diputados.
De momento, los antiguos señores están apavorados y confundidos. Pero aún tienen fuerza económica, mediática y militar, además de articulación internacional. Tarde o temprano, volverán a atacar. Pero ésta vez, se encontrarán con pueblos que tomarán el destino en suas propias manos.
No es en vano que las fiestas en el altiplano se llenen de los colores de la wiphala. El Estado Plurinacional, soñado por Túpac Katari, sobrevivió y fue rescatado por las multitudes indígenas que, tanto en las calles como en las elecciones, cumplieron la senda anunciada por el líder antológico: regresó de la muerte y se convirtió en millones.
Breno Altman es periodista y fundador del sitio Opera Mundi.