La FMLN (Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional), partido de la izquierda salvadoreña, ganó la presidencia de la República por primera vez hace cinco años. El candidato victorioso, que llegará al final de su mandato el 1° de junio próximo, fue el periodista Maurício Funes. Afiliado a la leyenda sin haber participado de la guerra, pero con una robusta trayectoria progresista, su nombre se convirtió en la opción triunfante, atrayendo sectores que todavía estaban sumergidos en la campaña del miedo llevada a cabo a lo largo de veinte años por la derecha y sus medios de comunicación.
El gobierno Funes, además de haber logrado una fuerte popularidad gracias a las políticas sociales y de redistribución del ingreso, ayudó a compensar parte de la permanente guerra psicológica en curso hacia la FMLN. Muchos votantes se dieron cuenta de que el escenario del caos y de la violencia anunciado por el conservadurismo era simplemente un golpe mediático.
El momento de transición cuando el gobierno de izquierda fue manejado por un aliado político y no por un liderazgo orgánico del partido se reveló fundamental para la segunda victoria presidencial el pasado 9 de marzo, entonces conduciendo a la dirección del país un dirigente histórico, el profesor Salvador Sánchez Cerén, antaño comandante Leonel González, actualmente el vicepresidente.
Agência Efe
El presidente electo fue el protagonista de la lucha guerrillera en los 80, encabezando una de las cinco formaciones político-militares que llevaron a la composición de la FMLN. Su organización, Fuerzas Populares de Liberación, era considerada la más influyente y numerosa por la mayor parte de los estudiosos. Durante doce años, entre 1980 y 1992, en las montañas y en la clandestinidad, Salvador era Leonel, cuando política y fusil todavía caminaban juntos.
La resistencia armada había estallado después del asesinato de Monseñor Oscar Romero el 24 de marzo de 1980 por un francotirador del ejército salvadoreño mientras celebraba una misa. Era una señal brutal de la reacción de la derecha hacia las luchas populares, restableciendo la tutela militar sobre gobiernos títeres, subordinados a la oligarquía local y a la política de EE.UU. de la Guerra Fría, empeñados en aislar las revoluciones cubana y nicaragüense.
Más tarde se supo que la orden de matar al sacerdote progresista vino del mayor Roberto D'Aubuisson, uno de los jefes de los escuadrones de la muerte que participaron en los ataques a los movimientos sociales y sus representantes. Ese oficial, que murió de causas naturales en 1992, fundaría el partido Alianza Republicana Nacionalista, que gobernó el país a lo largo de veinte años. Hasta hoy su busto adorna la entrada de la sede del partido y todos las campañas del Arena comienzan con un homenaje al prócer anticomunista.
La guerrilla unificada en la FMLN resistió, sin nunca ser derrocada, a la coalición entre el ejército nacional, las pandillas clandestinas de exterminio y la intervención indirecta de los E.E.U.U. Por no ser derrotada, venció. El gobierno, incapaz de disuadirla, perdió. La propia Casa Blanca, a principios de los años 90, al darse cuenta de que un triunfo militar sobre la izquierda sería imposible, aceptó negociaciones de paz abiertas y obligó al gobierno salvadoreño a sentarse a la mesa de negociaciones.
Los acuerdos que pusieron fin a la guerra civil fueron firmados el 16 de enero de 1992 en el castillo de Chapultepec, México. Uno de los firmantes era Leonel, quien volvería a ser Salvador Sánchez Cerén. Junto a Schafik Handal, entonces secretario general del Partido Comunista de El Salvador, y otros importantes nombres de la lucha armada, el líder de la FPL comenzó su segunda vida, con el objetivo de transformar la FMLN en un gran partido de masas capaz de constituir una alternativa de poder institucional.
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Durante casi dos décadas, desde el pacto de la democratización hasta la victoria de Funes, la izquierda de El Salvador se reinventó. Derrotadas las tendencias que apostaban por la transformación de la FMLN en una asociación despojada del programa socialista y de la acción organizada de los trabajadores como centro de la estrategia, el partido de Schafik y Salvador estaba construyendo su propio camino.
Uno de los pasos más importantes fue la disolución de las cinco organizaciones fundadoras, permitiendo superar la estructura frentista, llevando al establecimiento de un comando único. Otras importantes decisiones se siguieron. Vale la pena mencionar, por ejemplo, la prohibición de las tendencias internas permanentes y el mantenimiento de una estructura celular en el que la militancia podía mantenerse organizada por lugar de trabajo y residencia.
Esas cuestiones organizativas están subordinadas a las decisiones políticas: la oposición intransigente al neoliberalismo impulsado por la Arena, la combinación de la disputa electoral y las luchas sociales, la articulación entre las experiencias de poder municipal y el fortalecimiento de la FMLN como partido político con una clara identidad cultural e ideológica.
A lo largo del tiempo, la izquierda aumentó su peso electoral, basando un bloque de fuerzas políticas y sociales que permitió repetir, en la democracia, lo que había sido posible en la guerra: dividir el país en dos mitades que se equilibran, en una situación en que la FMLN podía aspirar a la conquista del gobierno de la República.
El movimiento táctico que permitió la primera victoria presidencial en 2009 fue inteligente. El objetivo era atraer a los votantes que rechazaban a la Arena, pero que todavía temían la FMLN. La candidatura de Funes fue la clave que decidió el partido, derrotando la derecha en la primera vuelta con el 51,2% de los votos válidos.
Además de su administración exitosa, el primer gobierno de izquierda ayudó a profundizar las divisiones en el campo conservador, con la separación de un sector que lanzó como candidato a la elección pasada el ex presidente Tony Saca. Esa disidencia se ha movido para ocupar espacio en el centro, alejándose de la derecha representada por la Arena y facilitando la gobernabilidad parlamentaria.
Pero ni todo era un camino de rosas en la relación entre Funes y la dirección de la FMLN. Más que desacuerdos puntuales, siempre amplificados por la poca convivencia entre el presidente y su partido, el principal punto de tensión estuvo en los ensayos del núcleo palaciego que miraba hacia el triunfo de 2009 como una posibilidad para crear un tercer grupo, con un perfil de centro-izquierda, posiblemente aliado a las corrientes que se disociaban de la Arena – una estrategia para superar el equilibrio bipolar. Con firmeza la FMLN contestó a esa alternativa, indicando a Salvador Sánchez Cerén – que acumulaba la vicepresidencia y la titularidad del Ministerio de Educación — como su candidato para conducir la república.
Así se estaba produciendo un giro táctico con respecto a 2009, optando por un claro protagonismo frentista en el que la hipótesis principal era forzar el centro a moverse alrededor de la izquierda.
El razonamiento está vinculado, en cierta medida, a la opción de mover las fuerzas progresistas para las posiciones más moderadas a través de una fórmula electoral con mayor tasa de dilución. Salvador comenzó la campaña, aún en 2013, con una significativa tasa de rechazo.
Poco a poco, sin embargo, esa barrera se ha reducido a través del esfuerzo por ampliar las alianzas y presentarse como vértice de la construcción de una nueva mayoría nacional, además de la defensa de los logros de la gestión de Funes y con un trabajo de publicidad, destacando todos eses avances, que transfería el debate electoral desde el campo de la confrontación ideológica para la discusión de propuestas concretas. En ese camino, el candidato de la FMLN fue asociando su radicalismo histórico a la amplitud programática, subiendo en las encuestas.
Giorgio Trucchi/Opera Mundi
El desarrollo del proceso electoral contó con el presidente Funes añadiendo energía a la leyenda que lo había elegido. Tanto él como su compañera, la brasileña Vanda Pignato, muy popular por su trabajo por las mujeres y los sectores más pobres, pusieron las manos a la obra y han contribuido a la consolidación del ex líder de la guerrilla.
Cuando se encerró el conteo de la jornada electoral de la primera vuelta, celebrada el 2 de febrero, la izquierda había ganado casi el 49% de los votos, contra el 39% de la Arena y el 11% de la Unidad (partido de Saca), con el 1% de los partidos enanos conservadores. Siquiera el surgimiento de una tercera vía logró disipar los votos de la FMLN, que obtuvo la mayor diferencia en su historia en relación a la derecha.
La segunda vuelta, el 9 de marzo, fue un capítulo diferente. El hecho es que los sectores conservadores han movilizado a sus simpatizantes para unificarlos en contra de la FMLN, a través de una campaña marcada por el miedo y el terror en el viejo estilo de la Guerra Fría. Mostraron tener un considerable reserva electoral, cuyos efectos seguirán, es posible, influyendo en el ajedrez político salvadoreño los próximos años.
Se registraron casi 350 mil nuevos sufragios, llevando la participación electoral de 55% a 62%. Aunque la FMLN ha añadido 190 mil votos en comparación a la primera vuelta, superando los resultados hasta mismo de Mauricio Funes en 2009, la derecha tuvo la capacidad de volver a su nivel anterior, arrastrando 450 mil votos adicionales. La fórmula de izquierda consiguió 50,11% de la elección popular, contra 49,89% del derechista Norman Quijano.
Parte del conservadurismo apostó en tensión contra el resultado de las urnas. Pero las instituciones, incluyendo a las Forzas Armadas, rechazaron planes golpistas y reconocieron la elección de Salvador Sánchez Cerén, celebrada en una manifestación masiva en el centro de la capital, una semana después de la votación.
Se anunciaba, en plaza pública, el comienzo de la tercera vida de comandante Leonel. Cuando asumir el cargo el primer día de junio, el presidente Salvador Sánchez Cerén no tendrá sólo como misión la continuidad y la profundización de las reformas iniciadas en 2009. Su agenda estará marcada por la necesidad de fusionar políticas sociales exitosas a un modelo de desarrollo capaz de suavizar los efectos de dolarización, la dependencia de las remesas de la diáspora y la subordinación a la dinámica económica de los Estados Unidos. El proceso de cambio en la base material de la sociedad, a través de una poderosa renovación productiva, es esencial para seguir generando empleo y renta, en nuevos tramos de justicia y de bienestar social.
Hasta para lograr esas tareas, sin embargo, necesitará solucionar la situación de equilibrio paralizador entre izquierda y derecha, proporcionando los instrumentos y alianzas que permitan a la FMLN construir una nueva hegemonía dentro del Estado y de la sociedad, todavía muy controlada por los intereses oligárquicos y corporativos.
Como se sabe, de fácil su trabajo nada lo tendrá. Necesitará de la misma paciencia y tenacidad de sus dos vidas anteriores, en la montaña de la guerrilla y en el llano institucional.
* Breno Altman es periodista y director de Opera Mundi e Revista Samuel