El resultado electoral venezolano, con el triunfo del candidato chavista, es un hecho político que se apoya en la Constitución local. La reducida ventaja de Nicolás Maduro sobre el derechista Henrique Capriles, inferior a los trescientos mil votos (menos del 2% de los votos), no anula la legitimidad del proceso o del mandato ganado en las urnas. Con más del 50% de los votantes apoyando el sucesor de Hugo Chávez, la regla democrática se está cumpliendo al pie de la letra. La mayoría, aunque por un margen estrecho, tiene el derecho a decidir el destino nacional.
La oposición conservadora puede enfadarse y bramar, eso también es parte del juego, pero con la condición de que no recurra al golpismo y a la violencia. Pero no hay ningún elemento concreto o probas que pongan bajo sospecha la batalla institucional del último domingo (14/04). La historia, por cierto, está repleta de situaciones semejantes. En la más célebre, en los Estados Unidos, John Kennedy derrotó a Richard Nixon en 1960 por sólo 0,1% de los votos. El vencedor asumió el cargo. El derrotado volvió a la cola. O al submundo del magnicidio.
Agência Efe
A pesar de la victoria, Maduro encabezará discusión acerca de por qué chavismo pierde terreno frente a la oposición
Hugo Chávez experimentó una situación similar cuando perdió por menos de veinte mil votos el referendo sobre la enmienda constitucional en 2007. Aunque varios asesores tentaron convencerlo de pedir un recuento de votos, Chávez decidió prontamente reconocer la victoria de sus oponentes. A propósito, fue su única derrota en diecisiete elecciones durante catorce años en los que gobernó.
El respeto a la soberanía de las urnas y su defensa ante posibles ataques, sin embargo, no puede eximir a los líderes bolivarianos de un análisis preciso de las razones por las quales, en tan sólo seis meses, hubo una reducción significativa de su base electoral. La revolución obtuvo 700 mil votos menos que en octubre de 2012, mientras que Capriles ganó 570 mil más. Una parte de los electores chavista no votó. Otra porción, sin embargo, cambió de bando. Las razones abundan, como se ha visto, para que la mosca esté detrás de la oreja.
Por supuesto, sin el carisma del expresidente, la izquierda se hizo más vulnerable a los medios de comunicación y, sin su voz, es posible que el discurso de confrontación haya sonado demasiado duro para algunos segmentos más volubles. Las eventuales acciones de sabotaje contra el sector energético y en otras áreas de la vida cotidiana, denunciadas por los partidarios del gobierno a partir del inicio de la campaña electoral, también pueden haber ayudado en esta sangría, así como los casos crónicos de malos servicios y corrupción.
Sin embargo, tal vez sea necesario buscar una respuesta más estructural, como ha señalado el propio presidente elegido poco después del cómputo de los votos, cuando instó el país a la “renovación de la revolución bolivariana”.
Nueva etapa de la revolución
Hay muchos indicios de que el primer ciclo de este proceso se ha agotado. Desde que asumió el liderazgo de Venezuela en febrero de 1999, Chávez centró sus esfuerzos administrativos en la transferencia de la parte más expresiva de los excedentes petroleros para los programas sociales, la universalización de los derechos y otras iniciativas de distribución del ingreso.
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Una consecuencia de este camino fue la gran expansión del mercado interno como la fuerza motriz de la economía, pero profundizando el desequilibrio histórico entre el ritmo de expansión del consumo popular y la velocidad de crecimiento de la producción agrícola e industrial.
El modelo de dependencia del petróleo, que siempre ha inhibido el desarrollo interno venezolano, no era el objetivo principal en los primeros diez años de chavismo, a pesar de que varias iniciativas importantes han sido tomadas. La cuestión estratégica era compartir los frutos de la exploración del oro negro en favor de los más pobres.
En este contexto, la aceleración de la demanda provocó fuertes presiones inflacionarias en la balanza comercial, y las importaciones menguaron las reservas de divisas. A esta desorden se suma el espectacular subsidio para la compra de gasolina en el mercado interno – algunos cálculos sugieren que equivale al 10% de las ganancias de PDVSA, la gigante petrolera estatal.
En el programa electoral de 2012, Chávez ya había señalado estas dificultades y anunció un ambicioso programa de desarrollo productivo. No vivió lo suficiente para alcanzar este objetivo, que lo afrontará Maduro. Completado el ciclo inicial de rescate de la deuda social, los capítulos siguientes dependerán principalmente de los músculos de la economía no petrolera, de su capacidad para generar oportunidades, empleos e ingresos. Sin esta plataforma, las reformas distributivas posiblemente quedarían, a partir de entonces, más expuestas a problemas de financiación.
El nuevo presidente tendrá que hacer frente a numerosos y urgente desafíos en este campo. Con la rápida expansión del poder adquisitivo de las personas más populares, se convirtieron en habituales las crisis de escasez, tanto de bienes y servicios como de electricidad y agua, amplificadas por la fuga de capitales como mecanismo de chantaje de las oligarquías. La cuenta política puede haber sido presentada en las últimas elecciones.
Para desatar eses nodos, Maduro necesitará instituir una estrategia que combine participación estatal y capital privado, nacional o extranjero, estableciendo un marco regulatorio que haga frente a los dilemas de infraestructura y producción. El ingreso del petróleo, a la punta del lápiz, no permite al Estado hacer todas las inversiones necesarias, en el plazo que les corre en contra. Esas preocupaciones, por otra parte, fueron lanzadas por el ex sindicalista en la noche de su victoria, en la cual también destacó la necesidad de una nueva cultura de gestión, frente a la ineficacia, la burocracia y el desperdicio del dinero público.
Ampliación del voto chavista
Finalmente, la implementación de un programa de esta magnitud podría ayudar a congregar una nueva mayoría, que fuese más allá de los actuales límites del voto chavista, atrayendo incluso pequeños y medianos empresarios que se sintieron desatendidos o hasta mismo amenazados por la primera etapa del proceso bolivariano, cuando todas las energías se volvieron a transferir la renta del petróleo a los sectores más desposeídos. Y esa mayoría ampliada también sería fundamental para apoyar medidas amargas que vengan a ser adoptadas en la reorganización de la economía.
La victoria legítima de Nicolás Maduro, en esas circunstancias, sirvió como un alerta para los problemas que están alrededor de la revolución que él pasó a dirigir, la mayor parte de ellos provocada por el inequívoco suceso de las políticas de Chávez en la construcción de un sistema más justo socialmente.
Breno Altman es periodista, director del sitio web Opera Mundi y de la revista Samuel