Esta joven menudita era una guapa estudiante de bachillerato en 2003. En Dhanbad, su ciudad natal, fue apreciada como bailarina. “Era una buena bailarina; gané muchos premios en enventos escolares y culturales, por todo tipo de géneros”. Hasta el día en que sus agresores lograron entrar a su casa y la despertaron quemando su sonrisa, sus ojos, su futuro.
Tenía solamente 18 años, y su tragedia se convirtió en uno de los más de 500 casos de ataques con ácido registrados (pueden ser muchos más) en lo que va de este siglo.
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Una década después, me responde una llamada desde un pequeño departamento en Delhi, rentado por su familia. En la capital de la India, Sonali tiene que ir periódicamente a controles médicos, a recibir tratamiento y, ocasionalmente, a operaciones de cirugía reconstructiva.
Se disculpa por no haberme atendido antes, pero le diagnosticaron tifoidea y se siente débil, mareada. Le pregunto si será por comer mucho en la calle. Sin dudar responde que es una infección, que solamente come comida casera, “pero viajo mucho y mucha gente me visita, así que la contraje de alguna manera”. Una enfermedad así no la preocupa luego de pasar años en consultorios y en hospitales, en los que su padre, por cierto, se arruinó económicamente.
Y ha viajado mucho, sobre todo en India. Inclusive ha participado del más famoso programa de concursos de la televisión, “¿Quién quiere ser millonario?”, para pagar parte de su tratamiento. Normalmente, explica, la gente quiere escuchar su historia, conocer su opinión y la lucha que lleva adelante para concientizar a la gente.
El quehacer y la disciplina
Sonali sabe que no puede engañarse, que luego del incidente muchos sueños se quedaron inconclusos, rotos. Pero tiene dos asuntos pendientes con la vida. “Un trabajo para ayudarme y ayudar a mi familia, y el trabajo social… alguna gente no conoce sus derechos, así que quiero ayudarla”.
Aunque “el activismo no es mi meta final”, no quiere lastimar a ninguno de los que reclaman su presencia. “Mi meta es hacer conciencia sobre los ataques con ácido, las víctimas y los agresores”.
Y tiene pocas esperanzas de conseguir trabajo. Necesita un ambiente especial y poco movimiento. Desde que perdió la vista en su ojo derecho, en general su salud es delicada, y muchas otras cosas. No tiene claro lo qué hará en el futuro, cuando terminen todas sus terapias y operaciones, y pueda trabajar.
Mientras, el año pasado apoyó a otras dos víctimas de ataques con ácido. “Querían poner fin a sus vidas”, dice sin emoción, así que les insistió en que vivir y luchar vale la pena, ya tendrán oportunidad de morirse un día.
Lo mismo quiere hablar con los agresores. No le preocupa ir a la cárcel para apoyarlos “sin miedo y sin rabia. Alguien tiene que hacerlo. Y el gobierno no va a hacer nada, así que necesitamos hacerlo nosotros”. Aquí habla la joven cadete militar que era cuando cambió su vida. “No tengo miedo, aprendí disciplina”.
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Sobre lo que hay que hacer
Cuando quiero hablar de su vida, de su intimidad, no le tiembla nunca la voz pero responde poco. Le gusta la música, pero prefiere las noticias. Adora el olor de las rosas y otras flores. Su sexto sentido se agudizó mucho, dice, es muy consciente de los movimientos y del ambiente que la rodean en cualquier momento.
De todos modos, tiene dos notas emotivas cuando habla de sus amigos y de su familia.
Los primeros, igual que muchos miembros de su familia, se alejaron de ella luego del incidente. No siente que hayan sido sus amigos realmente. Así que ahora que es una personalidad mediática, cuando comienzan a aparecer algunas amistades, su primera reacción es dejar en claro que “el verdadero significado de la amistad es no abandonarse en tiempos de necesidad”. Pero Sonali perdona y se alegra de tenerlos de vuelta en su vida.
Sus mejores amigos hoy tienen 4 y 2 años, son sus sobrinos y la hacen reír. Sus voz tiembla de gusto solamente para aclarar una cosa, que son por supuesto adorables y muy lindos.
Pero tenemos que hablar de lo importante y la violación tumultuaria de hace unos días en Mumbai nos ocupa. Y ella insiste que los violadores no deberían ya tener sitio en la sociedad, que la cárcel no los cambiará nunca.
¿Qué puede hacer la gente entonces? “Ser educada y solidaria con los demás. No cerrar la puerta a la víctima ni señalarla (a mí me culparon por el ataque)… no se trata de la ropa o de impedirles salir a la calle o trabajar. No pueden culpar a mi belleza o a mi estilo de ser por ser violada o que me lancen ácido”.
Por supuesto que en este inmenso lío los políticos no ayudan mucho, a veces por el contrario, criminalizan a las sobrevivientes. Y lo mismo pasa con las familias, incluidas las de los agresores, que casi siempre los protegen y esconden. “La primera acción para cambiar a la sociedad es cambiar a la familia”.
¿Queda algo más por decir? Sonali duda un poco. “No he matado todos mis sueños, ¿sabes? He renunciado al matrimonio y a tener una familia, pero quiero estudiar, hacer un doctorado en el futuro… de hecho no tengo mucho tiempo para soñar. Tengo que cuidarme mucho con lo que puedo y no puedo hacer físicamente”. Por ahora, quiere realizar los sueños de los otros (de su familia y de la sociedad). “Mis sueños han cambiado con el tiempo, con estas situaciones”.
Yo doy las gracias y ella, con sencillez, dice mi nombre y me pide una sola cosa: “Reza por mí”.