Hace tres años, cuando el país estaba con la atención puesta en los diálogos de La Habana, entre el gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que podrían poner un punto final a medio siglo de conflicto, Cony Camelo era un éxito en la televisión. Interpretaba a la psicóloga Tatiana Toquica, en la serie “La Niña”, producida por el canal Caracol y comercializada internacionalmente por Netflix.
Su personaje orientaba a exparamilitares y exguerrilleros, menores de edad, en el esfuerzo de encontrar un lugar bajo el sol, después de haber abandonado la lucha armada. Belky Bustamente, nombre de guerra Sara, excombatiente de las FARC, la niña, era su principal discípula, enfrentando desafíos y prejuicios para tener una vida normal, conquistar el respeto de quienes la rodeaban y construir su sueño de estudiar medicina.
“La serie, aunque polémica, trata del problema de la guerra y de la paz desde un punto de vista humano”, recuerda. “Favorable a la reconciliación nacional y a la reincorporación de una exguerrillera, expone el drama del reclutamiento infantil, pero también convoca a las personas para que abandonen el odio y los prejuicios”.
A los 42 años, cumplidos exactamente en el momento en que la firma del Acuerdo de Paz cumplía los tres años, el día 26 de septiembre, Cony tiene una larga y variada carrera artística. Fue presentadora de programas sobre música pop, vocalista de un conjunto de rock, después actriz de telenovelas famosas y sofisticadas obras de teatro, además de compositora y cantante con un repertorio inspirado en las canciones del trip hop británico. Su gusto musical también está sazonado por otros estilos, como la bossa nova, uno de sus primeros encantamientos.
De formación universitaria, periodista. “Mi padre no se oponía a que yo fuera actriz, mi sueño de niña, pero quería que tuviera un diploma universitario”, cuenta. “Fui a parar a la facultad de comunicación social, de la Pontificia Universidad Javeriana de los jesuitas.”
Fue en la vida académica que la atención a los hechos políticos ganó intensidad, aunque su interés fuera muy anterior. “La guerra siempre formó parte de mi vida y me preguntaba las razones de ese conflicto, el porqué de que los colombianos se mataran unos a los otros”, relata. “Los estudios de periodismo ampliaron mi visión. Aprendí a ver las relaciones entre el narcotráfico, los paramilitares y el gobierno, a entender mejor los grandes problemas nacionales. Se fue abriendo el velo con el cual los medios de comunicación siempre intentaron esconder la verdad sobre el país.”
Nacida en Bogotá, sus abuelos habían venido del interior colombiano, desplazados por la confrontación armada entre liberales y conservadores durante la llamada era de la violencia, de 1948 a 1958. Por lo tanto, la historia familiar, de alguna forma, sembraba su curiosidad sobre el conflicto que continuaba dividiendo al país, a partir de 1964, de esta vez, contraponiendo a las FARC y a otros grupos guerrilleros de orientación marxista contra el Estado.
“Yo entendía que esas personas se levantaban contra la desigualdad social y la profunda injustica que vigora en Colombia”, recuerda pausadamente. “Acompañaba con mayor atención al M-19, una organización urbana que realizaba acciones más simbólicas, no había ido a las montanas para hacer la guerra.”
LEA TODOS LOS REPORTAJES DE LA SERIE SOBRE LOS TRES AÑOS DEL ACUERDO DE PAZ EN COLOMBIA
De la universidad a la vida artística profesional, incluso con el éxito de los primeros programas y telenovelas, confiesa que la prudencia con lo que decía y escribía no era su punto fuerte. “No era común que los artistas expresaran opiniones políticas, había mucho temor”, registra. “Muchos tenían miedo de represalias profesionales o de acabar como Jaime Garzón.”
No es por casualidad que Cony cita al célebre humorista, asesinado en agosto de 1999 por pistoleros vinculados a un grupo paramilitar. Con fuerte intervención política desde la década de 1970, Garzón tenía predilección por criticar duramente a las antiguas oligarquías, a los comandantes de las fuerzas armadas y al brazo clandestino al servicio de la violencia contra los opositores.
Su activismo adquirió mayor relevancia y publicidad a partir de 2012, con el inicio de los diálogos establecidos en La Habana “El proceso de paz fue una sorpresa para todos”, declara. “Desde que nací estábamos en guerra, otros intentos siempre fracasaron. No obstante, la esperanza hizo que mucha gente despertara. Y también los detractores de las negociaciones, que según decían, preferían la muerte de todos los guerrilleros. Fue entonces que decidí tomar partido abierto por la paz.”
No tenía ninguna simpatía por las FARC. O la había perdido en el transcurso del tiempo. “Siempre supe de su origen rural, de rebelión contra la pobreza en el campo, sus líderes tenían un sentimiento altruista”, subraya. “Pero cuando se juntaron con el narcotráfico fueron perdiendo legitimidad, transformándose en un cáncer para Colombia, con su guerra eterna.”
Sin embargo, el disgusto que sentía por los guerrilleros no la empujó hacia el discurso de aniquilación verbalizado por la derecha y practicado por los gobiernos conservadores. Cony estaba entre los que pasaron a ver, en la posibilidad de acuerdo, una probabilidad de que Colombia enfrentara, de forma democrática, sus problemas históricos.
Desde entonces, participa en marchas y concentraciones, pone en acción sus redes sociales, da entrevistas y firma manifiestos. Siempre en defensa del Acuerdo de Paz, antes y después de que entrara en vigor. O contra sus enemigos acuartelados en el gobierno de Iván Duque. “El presidente no quiere la pacificación, hace de todo para sabotearla: reduce presupuestos, trata de vaciar los instrumentos jurídicos, manipula la historia”, denuncia. “Está al lado de los grandes terratenientes, oligarcas y paramilitares que ven en el Acuerdo de Paz una amenaza a sus intereses y secretos. No hace nada contra los asesinatos de líderes sociales, campesinos, indios y negros que luchan por el derecho a la tierra”.
La repulsión a la derecha y a los ataques contra el pacto negociado en La Habana, admite, cambió su percepción sobre las propias FARC. “Las escenas de mujeres y hombresjóvenes, pobres, dejando las armas, me causó compasión”, relata con un atisbo de emoción. “Ellos deben tener el derecho de reconstruir su vida personal y política. Además, es mejor tener a las FARC en el parlamento que en las montañas dando tiros.”
Sobre algunos líderes de la antigua guerrilla, sus palabras se hacen generosas. “Cuando se escucha a Timochenko (el último jefe de las FARC y actual presidente del partido a que dieron lugar), se percibe que tiene más preparación que la mayoría de los parlamentarios y que desea un futuro más justo para Colombia.”
El presidente no quiere la pacificación, hace de todo para sabotearla”, dice Cony Camelo (Carmenza Castillo/NC producciones)
Los elogios vienen calibrados por críticas ácidas a los disidentes que resolvieron volver a la lucha armada. “Son desagradables, desleales, quieren el regreso de un pasado macabro, de la misma forma que el gobierno”, pondera con energía, asustando un poco a la gata azul-ruso acomodada en el sofá a su lado, durante toda la entrevista.
Pero Cony también subraya que sería irracional creer en paz permanente si no se retiraran las causas centrales del conflicto. “Colombia nunca hizo una reforma agraria”, subraya. “Seguimos perpetuando un feudalismo que generó y continuará generando factores de guerra. Tenemos un Estado servil a los que expulsan a indios y campesinos de sus territorios, para ampliar propiedades y riquezas.”
La conversación concluye. La actriz se declara sorprendida porque las preguntas han sido solamente sobre cuestiones políticas. Pero parece contenta por poder expresar sus opiniones. “Tal vez yo sea artista porque me interesa entender cómo las personas razonan y actúan, para poder expresar esos movimientos y sus emociones”, dice casi al despedirse. “Quiero que mi voz y mi trabajo sirvan para una vida mejor y más justa.”