El diario brasileño Folha publicó el viernes pasado (06/12) un artículo del periodista Fábio Zanini con el titular “Si homenaje a Pinochet es vetada, ¿por qué se permitió la de Fidel?”. El autor acepta las críticas sobre los homenajes propuestos al dictador chileno, pero cobra igual repudio al líder de la Revolución Cubana.
No es poco común ese tipo de abordaje disfrazada de equidistancia entre los extremos, destinada a edulcoración de ideas de derecha. Esa narrativa es parte del arsenal de cierto pensamiento liberal, cuyo conflicto con el fascismo suele ser amortiguado por la repulsa a las experiencias socialistas.
Zanini se abraza a la teoría de los dos demonios. Pero el texto exhala contradicciones que deshidratan su punto de vista. Pese a reconocer en Fidel Castro su capacidad para “liderar una revolución popular que derrocó a un dictador”, mientras que Augusto Pinochet “protagonizó un sangriento golpe de Estado contra un presidente electo democráticamente”, el opinólogo ignora completamente algo tan importante como las fuentes de poder. Esas conclusiones previas, de todas formas, necesitan sobrevivir a los hechos.
Con algo más de honestidad intelectual, Zanini podría haber registrado que el Chile de Pinochet contó con el apoyo prácticamente irrestricto de las mayores naciones capitalistas de su época, mientras que la Cuba de Fidel fue sometida al más largo bloqueo económico de la historia, impulsado por los Estados Unidos desde hace casi 60 años, además de las agresiones militares (como la invasión de Bahía Cochinos en 1962) e inúmeros atentados planeados por la CIA contra la vida del propio Fidel Castro. Gana un mojito el que encuentre una palabra que sea de Zanini sobre eso.
El periodista brasileño también se esfuerza en equiparar los propósitos de sus dos diablos. Aunque que admite que el modelo cubano trajo importantes avances en salud y educación, le da igual peso al crecimiento económico chileno. Como se pudiera haber similitudes entre una revolución que necesitó defenderse con violencia contra enemigos poderosos, para mantener a uno de los más amplios sistemas de derechos universales del mundo asentado sobre pilares de igualdad y justicia sociales, y una dictadura que utilizó la represión como herramienta para llegar a tasas pornográficas de lucro privado y de concentración de renta y riqueza.
Fidel Castro, pese a haber adoptado medidas de restricción a la libertad, como hace cualquier Estado bajo amenaza de guerra, asentó su liderazgo en una gigantesca red de participación popular, con institución sólidas y elecciones frecuentes, consolidada por la Constitución cubana, con la audacia de ser un modelo opuesto al chanchito de oro de la democracia liberal.
Augusto Pinochet nunca fue más que un sicópata fardado y corrupto, comandante de una máquina mortífera a servicio de grandes empresarios, y que diseñó a un Chile contra el cual su pueblo se rebela muy fuertemente hoy en los últimos días.
Zanini dice no entender “el griterío de un lado” contra Pinochet, y “el silencio de otro” en favor de Fidel. Los sesgos ideológicos suelen tener ese efecto, de causar problemas de comprensión.
(*) Breno Altman es periodista y director del sitio Opera Mundi. Este articulo fue publicado en Folha de S.Paulo en 9 de diciembre de 2019.
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