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El físico Israel Bar-Joseph es especialista en nanofísica. Está entre los diversos investigadores que forman la masa crítica de producción de alta tecnología de Israel. Su lugar de trabajo es uno de los más prestigiosos, el Instituto Weizmann de Ciencias. Además de participar como investigador y profesor, también es el vicepresidente de desarrollo de recursos y cuestiones institucionales.
“No somos una universidad tradicional, sino un centro de investigación que también ofrece cursos de grado”, explica. “Hemos establecido un modelo multidisciplinario que rompe con la idea clásica de departamentos y la compartimentación de las áreas de conocimiento. Todas las ciencias se integran en los grupos de investigación, volteados a proyectos concretos”.
Mikhail Frunze/Opera Mundi
Aproximadamente tres mil personas trabajan en el Instituto Weizmann de Ciencia, uno de los más prestigiosos de Israel
Creado en 1939 por el primer presidente de Israel, el químico Jaim Weizmann, era llamado Instituto Daniel Sieff hasta 1949, en honor del hijo de su principal financista, un inglés millonario. Desde entonces, es una organización pública, no-estatal, que actualmente cuenta con subvención del gobierno para el 30% de sus gastos, según el profesor Bar-Joseph.
El resto del financiamiento proviene de los proyectos con los que obtiene contratos de investigación, en particular con los países de la Unión Europea, y las regalías de los productos licenciados para empresas, y además donaciones caritativas. “No aceptamos pedidos de empresas privadas o del gobierno”, dice. “Este tipo de práctica es contraria a la libertad científica. Sin embargo, nuestros resultados están disponibles en el mercado, que decide y paga por su uso”.
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El instituto posee una empresa llamada Yeda cuya actividad es la búsqueda de clientes que están dispuestos a comprar, por un período de tiempo limitado, el derecho a utilizar cualquiera de los inventos que salen de Rejovot. Sus directores tienen información detallada sobre el mapa productivo del país y por lo general saben qué puertas golpear.
Mikhail Frunze/Opera Mundi
Bar-Joseph, experto en nanofísica: “no hay otra fuerza más importante para el desarrollo que el capital humano”
Aproximadamente 3 mil personas trabajan en el Weizmann, pero casi no se puede verlos paseando por las calles que conectan los siete centros del grupo de investigación científica. No hay un ambiente universitario, con la gente corriendo de clase a clase o disfrutando en grupos de su tiempo libre. El alumnado y el profesorado se extienden por cientos de laboratorios en pequeños equipos centrados en algún objetivo específico.
Los miles de estudiantes inscritos viven una situación curiosa. No pagan por el curso, y además, obtienen subvenciones suficientemente generosas para que puedan dedicarse plenamente a la institución, sin la preocupación de tener otra fuente de ingresos. “Somos el mayor productor de científicos en el país”, dice Bar-Joseph. “Nuestra actividad es estratégica, no hay otra fuerza más importante para el desarrollo que el capital humano.”
Enfoque en la tecnología
El Weizmann, junto al Technion, de la ciudad de Haifa, forman el dúo fundamental de la estructura educativa y científica de Israel, de donde vinieron los cuatro premios Nobel en ciencias naturales. Buscan los mejores talentos en otras universidades e incluso en la escuela secundaria, no poseen departamentos de humanidades y están presentes en los principales avances tecnológicos del país.
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Anna, estudiante de la historia europea moderna: “Es muy difícil conseguir un trabajo cuando el título no está vinculado a la tecnología”
“No podemos decir que los avances de los últimos veinte años son hechos sólo a partir de estas herramientas de educación y investigación”, dice el profesor Bar-Joseph. “Nuestra colaboración fue importante, pero hay que señalar que otras estructuras, como los militares, constituyen también cuadros científicos, que después terminan por agregarse a las empresas o a la vida académica. Otro factor clave fue la inmigración rusa en los años 90, que incorporó una gran calidad a la ciencia israelí”.
Esta fórmula, sin embargo, sufre críticas de algunos sectores sociales e intelectuales. El mayor obstáculo: el modelado de la vida universitaria a través de los institutos de tecnología estaría tomando recursos excesivos, vaciando los cursos de educación general y haciendo languidecer los de humanidades.
Aviad Oren, de 35 años, estudiante de la Universidad de Tel Aviv, hace su doctorado en medio ambiente, y es uno de los que rechazan la receta adoptada. “La educación solía ser muy buena, más se está deteriorando”, dice. “Además de la reducción de inversiones, están perdiendo importancia estudios que no pueden transformarse en fuerza productiva”.
Otra que no está de acuerdo con esta estructura es la estudiante Anna Sergeyenkova. Nacida hace 28 años en Rusia, ella cursa una maestría en historia europea moderna. “Es muy difícil conseguir un trabajo cuando el título no está vinculado a la tecnología”, dice. “Las escuelas y las universidades, con los recortes presupuestarios, están reduciendo puestos de trabajo para los maestros y los fondos para la investigación. Hay un cambio cultural típico del supercapitalismo”.
Traducción: Kelly Cristina Spinelli