Ha generado alboroto la forma como logra llegar a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales em Chile (previstas para el próximo 19 de diciembre) el candidato José Antonio Kast, del Partido Republicano, de extrema derecha. Se impuso sobre Gabriel Boric, de la coalición Apruebo Dignidad, de izquierda, formada principalmente por el Frente Amplio (FA) y el Partido Comunista (PC), alcanzando un 27,91% de los votos, contra 25,83% de su principal adversario. Además, el pinochetista dejó afuera la vieja alianza de la derecha tradicional, compuesta por la Unión Demócrata Independiente (UDI) y el partido Renovación Nacional (RN), que gobierna el país con Sebastián Piñera.
El representante oficialista, Sebastián Sichel, obtuvo un 12,79%, amargando todo el desgaste de la administración actual, enterrada en múltiples escándalos de corrupción, represión masiva y destrucción social. Candidato con perfil de “derecha moderna”, Sichel ganó la primaria a los dinosaurios del conservadorismo dentro de su coalición, pero lo logró despegar en las presidenciales, terminó aplastado por el fenómeno Kast y superado incluso por Franco Parisi, del Partido da Gente, el ultraliberal que alcanzó un 12,80%.
Del otro lado, el protagonismo del frente de izquierda ya era esperado, desde las manifestaciones de 2019, las elecciones constituyentes y las disputas provinciales de los últimos meses. Ese ascenso terminó por marginalizar las corrientes de la llamada centro izquierda agrupadas en la coalición Nuevo Pacto Social. Su candidata, Yasna Provoste, obtuvo un 11,61% y quedó en el quinto lugar em la carrera electoral, hundiendo el bloque conformado por el Partido Socialista (PS), el Partido Por la Democracia (PPD) y la Democracia Cristiana (DC). Un conglomerado que supo dirigir la transición da dictadura a la democracia, y gobernó el país durante 24 de los casi 32 años desde el fin del régimen militar. Incluso incorporando los casi 8% de votos entregues a Marco Enríquez-Ominami, cercano a ese campo político de la centro-izquierda tradicional, la alianza entre socialistas y demócrata cristianos no logra sumar un 20% de los sufragios.
Aunque Boric haya tenido una votación abajo del potencial calculado por su coalición, cuya expectativa inicial era alcanzar un tercio del electorado, el hecho es que la conquista de la segunda plaza para la etapa final de la disputa consolida un nuevo diseño político. El centro se hundió, a la derecha y a la izquierda, demostrando la repulsa generalizada al modelo económico, social e institucional construido por el bipartidismo entre PS-DC por un lado y UDI-RN por el otro, los que se alternaron en el poder desde 1990. En las elecciones de este domingo, sumando las dos coaliciones, el resultado queda por debajo de los votos tanto de Kast cuanto de Boric.
Las urnas reflejaron en gran medida el clamor de las calles. Por distintas razones, las multitudes pidieron que se enterrara el sistema forjado en el período post Pinochet. El país se ha dividido entre los polos que representaban esa desconstitución: la izquierda y la extrema derecha. Se trata de un fenómeno propio de las crisis de alta intensidad, que van más allá y deshidratan hitos supuestamente normales. En Brasil, ese escenario fue destapado por una ofensiva reaccionaria, a partir del golpe contra Dilma Rousseff, la Operación Lava Jato y la prisión de Lula. En Chile, el ataque vino por izquierda, con las grandes movilizaciones de 2019 y 2020.
En situaciones de esa naturaleza las sociedades suelen caminar hacia los extremos. El centro en esos casos termina siendo el pantano donde se hunden los defensores directos o indirectos del sistema. Eso fue lo que ocurrió en 2018 en el territorio brasileño, y es lo que pasa en el Chile de hoy. El que no ve la diferencia que hay entre los escenarios de baja intensidad y esos dos distintos que analizamos ahora (Chile y Brasil) asume el grave riesgo de llegar al fracaso, al ignorar que los conflictos por la conservación o por los cambios están contenidos dentro del sistema, generando una fuerza centrípeta que purga a los extremos y empuja la lucha de clases hacia el centro.
Esa puede ser la clave de lectura que explica la emergencia de Kast y el resultado relativamente tímido de Boric, con una perspectiva extremadamente peligrosa para la segunda vuelta. El pinochetista supo absorber el reflujo posterior a las manifestaciones masivas y a las elecciones constituyentes, cuando la iniciativa estaba con la izquierda, y logró imponer un relato antisistema desde la mirada neofascista, apelando fuertemente al tema de la seguridad. Además, logró romper radicalmente con el bipartidismo de la transición y su institucionalidad.
Por su parte, la coalición FA-PC siguió otro camino. Primero al lanzar como candidato al moderado Gabriel Boric, con sus modales y acentos tan parecidos a los de la centroizquierda, con los que pudo superar el comunista Daniel Jadue, favorito en todas las encuestas y que encarnaba más claramente un discurso antisistema desde la izquierda. El segundo paso fue hacer una campaña de poca confrontación con la herencia de la transición, talvez mirando las posibles alianzas para la segunda vuelta. Quizás los resultados de esas opciones se pueden notar en la altísima abstención, de casi un 53%.
Reproducción/Facebook
dejó afuera la vieja alianza de la derecha tradicional, que gobierna el país con Sebastián Piñera
Qué hacer de ahora em adelante será el grande desafío de la izquierda. El núcleo potencial duro de Boric tiene un 35% de los votos, si logra agregar a los apoyadores de Eduardo Artes, de la ultra izquierda, que alcanzó el 1,47% de los votos, y también el apoyo de los votantes de Enríquez-Ominami. El potencial de Kast puede llegar a los 40% si los seguidores de Parisi lo siguen, situación que parece bastante razonable. El candidato de Apruebo Dignidad llegaría a los 47% si arrastrara a prácticamente todos los electores de Provoste. Restaría el reparto de votos de Sichel para que pudiera superar a los 50%.
El camino para el postulante del pinochetismo parece más tranquilo. La suma total de la derecha (Kast, Parisi y Sichel) llega a un 53,50% de los votos. No hay dudas de que apelará a un furioso abordaje anticomunista, tratando de reproducir el histórico bloque de la dictadura militar, al cual estaban integrados RN y sobre todo la UDI, partido en que Kast militó por muchos años. Probablemente tratará de hace una campaña que asocie elementos ideológicos de esa estirpe con la defesa del liberalismo económico y una política de guerra interna contra el crimen.
Boric y sus compañeros estarán ante una difícil decisión. La hipótesis natural sería construir una alianza más amplia, con el apoyo de Nuevo Pacto Social, lo que llevaría a la moderación del programa, a ablandar sus críticas a la transición y reducir el peso de los comunistas. También podrá agregar a esa receta un tempero de fuertes denuncias contra el legado del pinochetismo, tratando de presionar eventuales fracciones democráticas de la derecha tradicional.
En la matemática de los escenarios de baja intensidad eso podría tener éxito, pero ¿cuál es el costo de acercarse aún más a un sistema que llevó millones a las protestas? ¿Podría esa lógica de ampliación resultar en su opuesto, acelerando el desplazamiento de parte de la rebeldía derrotada hacia las aguas de la extrema derecha, especialmente los sectores populares más despolitizados? ¿Podría ese movimiento hacia el centro dificultar la tarea de convencer a los millones de electores que se abstuvieron?
Uno de los dilemas para esa fórmula de frentes amplias es que de esta vez no está en disputa la dictadura de Pinochet, como ocurrió en 1989 por ejemplo, sino que el modelo credo por las fuerzas que sucedieron al general. ¿Será el temor al neofascismo razón suficiente para cambiar ese enfoque?
La verdad es que tendremos treinta días de una tensión terrible, no solo en Chile sino que en toda América Latina.
(*) Traducción: Victor Farinelli